Nota Web | Mayo | 2022
Por Mónica Rivera
Compré a Chentita en una Hot Sale. Bueno, antes debo decir que Chentita es mi bicicleta. Ella llegó de Mérida, así, sin armar. Cuando la llevaba en el coche a mi casa, un fulano que llevaba mucha prisa me chocó, ya se imaginarán: uno de esos choques por alcance leve. Ahora que lo veo a la distancia, quizá pude haber pensado que ese pequeño incidente se trataba de un mal augurio, porque además ya me habían advertido que era muy peligroso andar en bici, pero nadie me “advirtió” que Chentita, mi bicicleta, sería la adquisición más bonita.
Aprendí de niña a andar en bici, precisamente en una de esas bicis con dos rueditas de más, mientras mi papá iba muy cerquita de mí, a unos cuantos pasos detrás, cuidándome para que no me cayera, pero sobre todo motivándome, animándome a pedalear para seguir avanzando.
Muchos años después, cuando llegó Chentita y empecé a vivir más lento —porque antes mi vida era andar en el acelere—, veía a los ciclistas andar “sin manos”, solo pedaleando y ya. Entonces pensaba “¿Cómo lo hacen? ¡Estoy segura de que tienen toda su vida haciéndolo!”. A mí me sorprendía mucho esa habilidad. Por eso, varias veces yo misma lo ponía en práctica: primero soltaba una mano, luego la otra, pero no lo lograba, porque en automático perdía el control, luego zigzagueaba y terminaba por agarrar otra vez el manubrio con ambas manos. Sí, ya sé que para mucho se trata de la cosa más fácil del mundo, ¡pero para mí era muy difícil! A pesar de eso, procuraba no desesperarme, “¡Ay, ya! ¡Equis! Algún día será”, me reconfortaba yo misma.
¿Pero qué creen? ¡Hoy, 19 de agosto de 2021, por fin logré andar en bici sin tener que dirigirla con ambas manos! Para esta hazaña, primero me dije —creo que también debo reconocer que últimamente hablo mucho conmigo misma—: “Chiquis, ¿qué tan difícil puede ser?”. ¡Ah! Es que no les he compartido que a mí me dicen la Chiquis, porque cuando trabajaba como periodista, así me gustaba decirles a mis amigas y amigos reporteros de otros medios de información. Además, la palabra “Chiquis” se acomodaba para hablarles tanto a los hombres como a las mujeres. Con el tiempo, ellas y ellos empezaron a dirigirse hacia a mí con ese nombre: la Chiquis.
Vuelvo a mi relato. En cierto momento, me dije: “Chiquis, ¿qué tan difícil puede ser?, ¿a qué le tienes miedo?, ¿a caerte? ¡Ay, no más eso me faltaba! ¡Te has caído con las dos manos bien puestas y en piso parejo! ¡No tengas miedo!”. En esa conversación conmigo misma, me pregunté, “¿Y cómo le hago o qué?”, luego yo misma encontré la respuesta y volví a ese monólogo interior, “A ver, vamos a mantener todo el equilibrio con tus piernas. Tu cuerpo sabe cómo hacerlo. Vamos a mirar hacia el frente. Si te concentras demasiado en el proceso, vas a darle tiempo a tu mente de juzgar si lo estás haciendo bien o mal, y todo habrá servido para pura…, es decir, todo habrá servido para nada. Entonces tú solo mantén la vista al frente y pedalea, sin miedo, ya sabes hacerlo y si te caes, pues, bueno, te botas de la risa y ya, ¡te vuelves a levantar! ¿Va?”. Ante esta serie de argumentos, solo encontré una respuesta, contundente y franca: ”¡Simón!”. Y es que un simón es una afirmación incuestionable; un simón significa aceptar lo que venga, con la mejor voluntad, y, claro, un simón nos lleva a embarcarnos en las más intrépidas y singulares aventuras.
Y pues nada: ¡casi lloro cuando logré soltar el manubrio de la bicicleta por 10 segundos, mientras pedaleaba con las manos en el aire! Me emocioné muchísimo, porque fue un nivel de miedo desbloqueado. Me emocioné tanto, porque así había vivido últimamente mis días: soltando miedos, viendo al frente, confiando en mi cuerpo, confiando en mí, hablándome bonito, reconociendo mi fuerza, pisando firme, impulsándome, cuidándome para no caer y dándome una mano por si perdía el equilibrio y me volvía a caer.
Lo logré una vez, pero al cabo de un rato ya estaba dando y dando vueltas, mientras “pedaleaba sin manos” en un estacionamiento, poniéndome retos en distancias y riéndome sola como loca, porque después de algún tiempo había desbloqueado ese nivel de dificultad. Y claro: me sentía muy feliz, como cuando de niña pude pedalear sin rueditas entrenadoras y me sentí libre.
Para mí, esto no solo se trata de que ahora la Chiquis puede “andar en bici sin manos”; se trata de que está aprendido a soltar. Y hoy se siente más libre y más feliz. Hoy me siento más libre y más feliz.